domingo, 25 de septiembre de 2011

El amor "se hace", no "se dice"

Comentario al texto del evangelio de Mt 21,28-32 para el domingo (XXVI del Tiempo Ordinario), publicado en la revista Diócesis

Dos hijos que ponen rostro a nuestras contradicciones internas, a la falta de unanimidad y coherencia entre nuestro “decir” y nuestro “hacer”, entre la fe que profesamos y la fe que vivimos.

Discípulos de obras, no de palabras. Así nos quiere Jesús. No pregunta a los sumos sacerdotes y ancianos “¿quién respondió correctamente?”; sino “¿cuál de los dos hizo la voluntad del padre?” Jesús es consciente de que sus interlocutores “honraban el nombre de Dios con los labios, pero no con el corazón”.

Cuando hay distanciamiento entre las palabras y la vida, toda relación comienza a morir. No sólo la relación con Dios, que queda marcada por la hipocresía, sino también la relación con los hombres, que quedará marcada por la desconfianza. ¡A cuántos de nosotros nos reprocharán un día haber sembrado la desconfianza respecto a la Iglesia en el corazón de tantas personas!

Los “publicanos y prostitutas” representan en el discurso de Jesús al hijo que inicialmente dijo “no” y acabó cumpliendo la voluntad del padre; al hijo que dijo “sí” con sus obras… A cada uno de nosotros cuando nos atrevemos a hacer vida la fe que profesamos con los labios.

Ojalá algún día podamos alinearnos en las filas de los “publicanos y prostitutas”, y todos aquellos que, aunque tarde, han comprendido finalmente que el amor no está para “decirlo”, sino para “hacerlo".


sábado, 17 de septiembre de 2011

Te debo un favor

 Comentario al texto del evangelio de Mt 20,1-16 para el domingo (XXV del Tiempo Ordinario) publicado en la revista Diócesis

Cualquiera de nosotros podría acusar al dueño del campo de “favoritismo” con los trabajadores de la última hora. Pero más allá de esta primera impresión, cabría preguntarse: ¿quién ha recibido realmente un trato de favor?
La situación de Galilea en tiempos de Jesús no era fácil para los campesinos. Muchos de ellos habían perdido sus tierras debido a las malas cosechas y las presiones fiscales. Sólo les quedaba salir a la plaza a esperar ser contratados por el patrón de algún latifundio. Evidentemente, los primeros en ser contratados serían los más fuertes, los más jóvenes, que pudieran sacar el trabajo adelante con mayor rapidez y eficacia. Los que quedaran para última hora serían los más débiles y de mayor edad.
Analizándolo detenidamente, quienes recibirían un trato de favor serían los contratados a primera hora, pues tenían la oportunidad de ganar el jornal completo: un denario. Los otros, en cierta forma, habían quedado excluidos y marginados por criterios de eficacia y efectividad, y se les negaba la posibilidad de recibir el jornal diario necesario para subsistir él y su familia… ¡Los criterios de los hombres!
El gran favor que Dios nos hace a todos es sobrepasar la mezquindad de los criterios humanos de equidad, efectividad y ganancia con los criterios de su infinita misericordia. Sólo así podremos ver “nombres” donde otros ven “números”, y ahondar en el drama de tantas situaciones personales afectadas por la crisis, cuando otros se dedican a plantear limitadas soluciones financieras.

sábado, 10 de septiembre de 2011

¿Lo más grande que has hecho por amor?

Comentario al texto del evangelio de Mt 18,21-35 para el domingo (XXIV del Tiempo Ordinario), tomado de la revista Diócesis

Hace unos años le preguntaron al Card. Amigo: “Cardenal, ¿qué es lo más grande que ha hecho usted por amor?” A lo que él respondió tras una breve pausa: “Perdonar”.
La duda de Pedro: “¿Cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano?” Podría traducirse como: “¿Tiene límites el perdón?, ¿tiene límites el amor?” A lo que Jesús responde: “Hasta setenta veces siete”. Es decir, el perdón es ilimitado porque el amor de Dios es inconmensurable, y rompe las alambradas con las que tantas veces atrincheramos nuestro corazón.
¡A desalambrar corazones! Pero, ¿cómo hacerlo? La parábola del deudor indultado incapaz de apiadarse de sus deudores responde así: “Perdona en la medida en que has sido perdonado”, o bien, “ten en cuenta que tu perdón es siempre desmedido respecto a la misericordia que Dios ha tenido contigo” ¡Diez mil talentos frente a cien denarios!
Quien ha experimentado el perdón sincero, quien se ha sentido disculpado, comprendido en su debilidad, renovado en su interior por el amor que repara y sana heridas, no puede cerrar su corazón al perdón y la acogida del hermano. En el otro verá a un “hermano” que se ha topado con su fragilidad, y tiene el mismo derecho a encontrar una mano que lo alce, que lo envuelva con el velo de la misericordia y lo regenere por la gracia del amor.
“Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, es la petición del hombre a Dios en el “Padrenuestro”. “Perdona a los que te ofenden como yo te perdono a ti”, es la petición de Dios al hombre en el “Hijosmíos”.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Cuando se hace por amor

Comentario al texto del evangelio de Mt 18,15-20 para el domingo (XXIII del Tiempo Ordinario), tomado de la revista Diócesis.


Cuando las cosas se hacen por amor, suelen salir bien. Si bus­camos sinceramente “ganar un hermano” y no un “enemigo”, se logran restablecer las relacio­nes. Quizá la pregunta básica sería: ¿a quién tengo delante cuando realizo una corrección?, ¿lo siento realmente como “mi hermano”?

Equivocado, desorientado, pecador... pero “hermano”. Si no es así, no sigamos adelante. Si no me duele lo que voy a decirle, si no titubean mis palabras por miedo a herirlo aún más, si no temo hacerle más daño al situar­lo ante el espejo de sus errores... Si no lo amo y deseo por encima de todo el bien de “mi hermano”, entonces mejor no corregir.

Quien ama de verdad no busca recriminar despiadadamente los fallos del otro, no se sitúa con superioridad dando lecciones de moralidad, no es “juez” de la vida del hermano. Y, por supues­to, no fomenta “corrillos públi­cos” en los que todos tienen derecho a criticar la mota del ojo del vecino, sin apreciar las dimensiones de la viga en el suyo.

El buen samaritano, que con­movido por el dolor del hombre caído se acerca y se inclina para vendar sus heridas, y lo levanta subiéndolo a su propia cabalga­dura buscando su recuperación, es la representación gráfica de la auténtica corrección fraterna.

¡Quién no ha esperado alguna vez la comprensión de los demás! ¡Y cómo nos duele y des­concierta el rechazo de las per­sonas que amamos! No negue­mos la mano “amante” y la mirada misericordiosa al her­mano caído, que es "pecador" pero "hermano".