¡Qué diferencia! La semana pasada Jesús alababa a Pedro: “¡Dichoso tú, Simón, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso! Y esta semana por el contrario: “Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios”. ¿Qué ha ocurrido para que se produzca este cambio?
Jesús ha explicado a sus discípulos que debía subir a Jerusalén, y allí padecer y morir. Pero Pedro, aunque desea seguir al Señor con todas sus fuerzas, se resiste a aceptarlo. ¡El drama de la cruz se ha interpuesto en el camino provocando la crisis!
¿Cuál es la diferencia entre Jesús y Pedro? Jesús acepta la realidad “tal y como es”, la asume con todas sus consecuencias; Pedro, en cambio, la rechaza.
Jesús es consciente de que el anuncio del perdón, la justicia y el amor a todos los hombres, sin distinción, sin medida, sólo puede llevarle a la muerte... ¡A veces la Verdad resulta insoportable, es preferible crucificarla!
Pedro quisiera arrancar la cruz del seguimiento de Cristo, que todo fuera más fácil, que el sufrimiento desapareciera, que amar no tuviera que doler: “la lógica de los hombres”. Él –como nosotros en muchas ocasiones– quisiera cambiar la historia y manejar los acontecimientos a su modo, olvidando que sólo Dios es Señor y Dueño de la historia.
¡Cuánto nos cuesta acoger la Verdad crucificada, el Amor crucificado, nuestra realidad crucificada! Y, curiosamente, sin cruz no hay resurrección. Sin cruz no vamos tras los pasos del Dios revelado en Jesucristo, muerto y resucitado.
¡Qué lógica tan humanamente ilógica la de Dios!