domingo, 17 de abril de 2011

desde Dan a Berseba

Hoy os quiero llevar a pasear por Israel. Es una tierra con contrastes muy marcados, del norte verde al árido sur; de la costa mediterránea, al Mar Muerto, con su belleza “distinta”. Desde Tel Dan hasta Be’er Sheva, de los que la Biblia habla como confines de esta tierra. Os ofrezco un paseo a través de mis ojos y de mis dotes de narrador (que vais a comprobar son pocas). Y un paseo limitado, que no puede recorrer todos los senderos.

Comenzamos la ruta por el norte: Galilea. En el inicio de la primavera huele a verde, a frescor, a fuente que riega la tierra. Nos acercamos a refrescarnos en las fuentes del Jordán, en los confines con la Siria. El agua se convierte en colinas salpicadas de verde, de vida que llama a los ojos del visitante. Miran alrededor y se sumergen en las aguas plácidas del mar de Galilea. El amanecer deja que los montes de Jordania reflejen su rostro sobre este pequeño remanso de paz, con tantas palabras de vida a su alrededor.

Viajamos hacia el sur, a través de la depresión del Jordán. El verde se va tornando ocre, el frescor deja paso al bochorno. Cerca de Jerusalén, el desierto de Judea. No. No es el desierto de arena fina, de dunas inmensas y oasis en sus caminos. Es la roca gruesa y las colinas escarpadas. Es el desierto de los Wadies, los torrentes que rompen el paisaje y, dando vida, arrancan de cuajo lo que la mirada pueda alcanzar. Terreno inhóspito, salpicado de sonidos que pueden enamorar los sentidos.

El viaje es corto. Hemos llegado al desierto y permanecemos aquí. La mirada se desliza a lo largo de la superficie en calma del Mar Muerto, porque la mirada del viajero no puede sondear sus entrañas. Todo queda en la superficie porque este mar no quiere enseñar sus misterios. El viajero no encuentra la palabra apropiada para describir la sensación que se siente al dejarse mecer por estas aguas. Qué extraño resulta un mar “muerto”.

Los sentidos quieren cantar su propia sinfonía de verdes, ocres, azules de vida y grises de muerte. La mirada va y viene siguiendo los sonidos, atrapando los aromas que dejan estos paisajes. El viajero dirige sus pasos de nuevo hacia Jerusalén, dejando que en su retina, una y otra vez, brillen los colores de esta tierra.

Buena y feliz Pascua, a quienes celebráis estos días desde la fe.

domingo, 3 de abril de 2011

de intolerencias

Había decidido no traer al Atrio el espinoso conflicto abierto entre dos pueblos hermanos, enfrentados por una tierra en la que vivir: Palestina o Israel. Pienso que todos conocéis que hace poco más de una semana un atentado terrorista acabó con la vida de una mujer aquí, en Jerusalén (la ciudad de la paz?). Ni quiero ni puedo hacer un juicio sobre el conflicto que aquí se vive. Me falta conocer en profundidad las realidades del pueblo palestino y del pueblo hebreo. Seguramente a tantos como a veces oímos condenar a los palestinos, o demonizar a los hebreos, también les falta conocer más la situación, y les sobra atrevimiento para hablar de lo que ignoran. Nunca hay razones para acabar con la vida de otra persona, ya sea europea, palestina, israelí, libia,... Nunca la violencia y la muerte traen buenas noticias.

Dos experiencias en estos días me han hecho pensar. Una tarde, visitando con unos amigos los enterramientos del siglo I que hay en le valle del Cedrón, hemos tenido que irnos de aquel lugar porque un grupo de chavales han comenzado a arrojarnos piedras, sin haber ninguna razón aparente. Eran palestinos.

Paseando por uno de los barrios judíos de la zona nueva de Jerusalén, Mea She'arim, he sentido las miradas de odio y desprecio de hombres que cambiaban de acera en la calle porque íbamos hablando con mujeres. Y además, ellas iban ¡con pantalones! Eran judíos.

Este no es un conflicto de buenos contra malos. Cualquier forma de violencia es siempre ilegítima. Las armas, las piedras, el desprecio, nunca tienen la razón. No creo en la equidistancia, en la imparcialidad de los análisis y los juicios. No creo que en este conflicto unos y otros estén al mismo nivel. Solo hay una cosa común, que es igual para todos: la violencia nunca se justifica, nunca acerca a la verdad.

No obstante, las cosas aquí se ven "tranquilas", con "normalidad". No tengo ningún problema de seguridad. Y las visitas que voy haciendo son realmente hermosas, elocuentes de una realidad escondida entre las piedras y las personas. La próxima vez escribiré sobre esto.