Esta mañana aterricé en Boa Vista, una de las islas de Cabo Verde, de playas blancas y aguas cristalinas, como pude constatar desde la ventanilla de la avioneta que nos transportaba desde Praia.
Por suerte no vengo de turista, a disfrutar de espléndidos hoteles construidos a todo lujo, con todo tipo de comodidades, diversión, etc. Esto me da la oportunidad de moverme con libertad por la isla. Así que la primera visita de la mañana fue un barrio de chabolas en las que viven los "trabajadores" de los grandes complejos residenciales. Curioso que a escasos metros los hoteles tienen permisos para construir con libertad, al lado de la playa, y levantar edificios... mientras que a ellos no se les permite cerrar las chabolas con techos de "obra", teniendo que cubrirlas con plásticos y otros materiales que encuentran... ¡paradojas de la vida! Por llamarlo de algún modo.
Junto con un amigo, al que muchos en la isla llaman "el cura de la fabela", de lo que él se siente orgulloso, visitamos un centro social que están construyendo en medio del barrio, apelando a la "desobediencia civil", gracias a la cual muchos vecinos se han animado a echar los techos de sus casas. Allí un equipo de voluntarios y religiosas, llevan a cabo una escuela de verano para los hijos de quienes trabajan en los hoteles, que de otro modo pasarían toda la jornada en la "calle" (aún sin asfaltar).
Y todo ello "detrás de los hoteles", o mejor, en la puerta trasera de los hoteles... unos metros separan un mundo del otro... "primer mundo" y "tercer mundo" que se acercan sin mezclarse, separados por una calle que "ciega" al que no quiere ver y ahoga el grito de injusticia que clama ante el insulto "en casa propia" de un mundo que se dice "desarrollado".
¡Fotos no! Lo siento, pero he olvidado mi cámara... ¡así soy! Procuraré grabar bien las instantáneas en mi corazón.